Había una vez, en un
lejano país, un rey y una reina. La reina era la mujer más bella del mundo, y
el rey estaba muy enamorado de ella, eran la pareja perfecta.
El rey y la reina eran muy
felices, pero les faltaba algo para completar su felicidad; era tener un hijo.
Con el tiempo decidieron
tener hijos ya que querían formar una gran familia.
Y por fin llegó ese día
tan esperado, la reina estaba embarazada. Tuvieron una niña, y la llamaron
Laia, ella eran tan bonita como su mamá. Rubia y con los ojos muy grandes y
verdes.
Pero cuando Laia apenas
tenía dos añitos su mamá se tuvo que ir a cuidar a su abuelita, que se había
puesto muy malita, y estaba sola en un palacio en la otra punta del país.
La reina le hizo prometer
al rey que cuidaría de su niña mientras ella no estuviera en palacio. El rey,
por supuesto aceptó, le prometió que iba a cuidar de ella, que todos los días la
recordarían juntos y que jamás Laia se olvidaría de su mamá.
Laia fue creciendo, y como
prometió su padre, nunca se olvidó de su mamá. Ella y el rey todos los días al
terminar de cenar hablaban sobre la reina. El rey le contaba muchas cosas sobre
la reina, y sobre como era, ya que Laia apenas había estado con su mamá.
Cuando Laia tenía ya 18
años, le llegó la hora de buscar un esposo para poder formar una familia como
la que sus padres, los reyes, habían formado.
El rey le dijo a Laia que
la organizaría una gran fiesta donde podría conocer al hombre que más le
gustara, y que con el podría casarse.
Por fin llegó el día tan
esperado, la princesa estaba muy nerviosa.
Se puso un vestido rosa,
con una cola muy grande. Y unos guantes blancos que le llegaban hasta la mitad
del brazo. Además se puso una diadema de diamantes que su madre había dejado
para ella, para cuando llegará el día de la fiesta, y se bajó a disfrutar de la
fiesta que su padre le había organizado.
Bailó y habló con muchos príncipes,
pero ninguno le gustaba.
Su padre al final de la
noche, le dijo que le había encontrado al príncipe perfecto.
A Laia el príncipe no le
gustó nada, y le dijo a su padre que jamás se casaría con él. El rey insistió,
y la princesa muy apenada porque se iba a casar con un príncipe al que no quería
ideo un plan.
Le pediría al príncipe dos
deseo que fueran muy difíciles de conseguir, y cuando los consiguiera se casaría
con él.
Al día siguiente el príncipe
se presentó en palacio y le dijo a la princesa Laia que por favor le dijera los
dos deseos para así concedérselos. Y Laia le dijo el primero;
“Sí de verdad me quieres
me deberás regalar un vestido tan dorado como el sol, uno tan plateado como la
luna, y otro tan brillante como las estrellas.”
El sin ninguna duda aceptó
aquello que la princesa le había dicho. Le dijo a la princesa que tardaría unos
meses, pero que se los traería.
La princesa sabia que era
una misión imposible, las cantidades de oro y plata que había en el reino no
era suficiente para tejer los vestidos.
A los dos meses el
príncipe apareció con los vestidos completamente tejidos.
La princesa no se lo podía
creer, ya sólo le quedaba un deseo, que era el más difícil, para que el príncipe
consiguiera casarse con ella.
La princesa le explicó su segundo
deseo;
Sí quería casarse con ella
tenia que traerle el mejor abrigo del mundo, el más exclusivo y el que nadie más
podría tener nunca.
El abrigo debía de tener
todas las clases de pieles de los animales del mundo, tenia que recortar un
trocito de esas pieles y coserlo al abrigo.
Pasaron los meses, y el príncipe
no llegaba. Laia pensaba que jamás lo conseguiría, y que así se olvidaría de
ella para siempre, y ella tendría que buscar el príncipe que más le gustara.
Cuando estaba acabando el
año, el príncipe apareció con el abrigo mas bonito que la princesa había visto
jamás, contenía multitud de pieles, era algo que nadie se podía imaginar. Además
tenía una gran capucha que le cubría casi toda la cara.
La princesa al ver tal
abrigo se puso tristísima y decidió que aunque rompía su palabra con su madre,
esa noche tenia que escaparse del palacio y no volver jamás allí.
Recogió muy pocas cosas y
se abrigo con el abrigo de pieles. Salió sigilosamente de palacio cuando todos
dormían. Antes de irse le dejó una nota a su padre en la puerta de la habitación
que decía; “Papá nunca te olvidaré. Cuídate mucho.”
Caminó y caminó durante
muchas horas hasta que no pudo más, y se
tumbo cerca de una roca dónde se quedo dormida.
Se hizo de día y la
princesa no había despertado, y unos cazadores que andaban por allí la
encontraron.
Estaban buscando setas
para su príncipe.
La princesa se quedo
sorprendida y les preguntó a los
campesinos de que príncipe se trataba. Los campesinos la contaron que era el
príncipe dueño de todas esas tierras.
La princesa, como no quería
que la descubrieran, cuando los campesinos le preguntaron su nombre, ella les
contó que se llamaba “Todaclasedepieles” pero que no se acordaba de nada más.
Los campesinos quisieron
ayudarla y la llevaron a palacio. Los campesinos fueron muy insistentes
diciéndola que podría encontrar un trabajo de doncella o de ayudante de cocina
en palacio. La princesa estaba sucia, llena de polvo y de barro y sabia que
nadie en esas condiciones iba a darle trabajo, así que acepto.
De camino a palacio y se
cruzaron con un hombre a caballo que les paró, todos se arrodillaron ante él, menos
la princesa que se quedo atónita mirando la belleza de aquel hombre.
Ese hombre era el príncipe.
El príncipe preguntó que quién era ella y porque estaba tan sucia.
Los campesinos le contaron
la historia y el príncipe se acerco a ella.
Laia avergonzadísima por
sus ropas y suciedad se agacho nada más verle, el príncipe agarró su brazo y le
explicó que podía tener un puesto de trabajo en la cocina si ella lo deseba.
Todos los días se pintaba
la cara y las manos con ceniza para que no se la viera la piel tan blanca como
la de las princesas, se ponían un pañuelo en el pelo y se iba a trabajar a la
cocina.
Día tras día veía al
príncipe leer, habar con la gente de palacio de aventuras, oía historias
mágicas que el príncipe había vivido a lo largo de su vida y poco a poco la
princesa se fue enamorando de él.
Una noche en el palacio se
celebró un baile. El príncipe lo había organizado porque estaba buscando a una
princesa con quien casarse. La princesa al enterarse de la noticia se puso
triste, ella era quien se quería casa con él de verdad.
Laia al acabar su trabajo
le pidió al cocinero si podía asomarse un ratito al baile sin que nadie la
viera ya que era la primera vez que ella podía ver un baile de ese calibre.
El cocinero la dijo que si
era un ratito corto que si podía marcharse pero que se escondiera muy bien y
que regresa al poco rato.
La princesa encantada se
marchó corriendo a su habitación y se puso el vestido de hilo de oro que le
había regalado el anterior príncipe. Se limpio la cara y las manos, se peino y
se coloco la diadema que su madre le había dejado. Y bajo corriendo al baile.
Al entrar al baile todo el
mundo se quedo sorprendidísimo, nunca nadie había visto una chica tan guapa y
mucho menos un vestido de hilo de oro como el que llevaba ella.
El príncipe nada mas verla
se quedo paralizado, a los pocos minutos no pudo aguantar más y se acerco a
ella para bailar.
A Laia le temblaban las
piernas, no se podía creer que estuviera bailando con el príncipe. Pasaron los
minutos como si fueran segundos, el príncipe y ella se alejaron un poco del
ruido y se pusieron a hablar de millones de cosas espectaculares con quien la
princesa no había hablado jamás.
El príncipe la miro
fijamente y al cabo de unos segundos la besó.
Al terminar el príncipe la
dijo que era el beso más dulce que había dado nunca a nadie.
La princesa paralizada por
la emoción le dijo que tenía que marcharse, que se le había hecho tarde y que
tenia que regresar a casa.
La princesa volvió a su
habitación se quitó el vestido, se volvió a manchar la cara, se puso su pañuelo
y bajó a la cocina.
A la mañana siguiente
cuando el príncipe pidió su desayuno, Laia fue la que se lo subió.
Pero a Laia se le había
olvidado quitarse la diadema que llevaba la otra noche, y a través del pañuelo
que llevaba se le veía.
Llamó a la puerta y entró
con la bandeja, el príncipe casi ni la miro. Estaba triste, apenado y con muy
mala cara ya que la noche anterior la mujer a la que él había besado había
desaparecido.
Pero de repente, el
príncipe reconoció algo de la Laia, la diadema.
El príncipe la dijo que se
acercara y suavemente tiro del pañuelo que llevaba en la cabeza. La princesa se
asusto y el príncipe la preguntó que si realmente era ella aquella princesa con
la que la noche anterior se había besado.
La princesa dijo que si,
que era ella.
El príncipe le dijo que la
única manera de saberlo realmente era besándola, Laia se acercó y besó al
príncipe.
Por fin la princesa se
casó con la persona que deseaba y que realmente amaba.
Perfecto.
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